Poner límite al ruido

 

Odio esta música

Son las tres de la tarde y, una vez más, el acordeonista de la Plaza Mayor interpreta el sempiterno “Quizás, quizás, quizás” o por una cabeza... Las terrazas muestran rostros cansados; el sonido, amplificado, rebota entre los soportales y penetra por las contraventanas cerradas. La plaza parece dormida, no por el calor, sino por el intento desesperado de los vecinos de amortiguar el ruido. La música impuesta ha sustituido al silencio.Poner límite al ruido

El escritor y violonchelista francés Pascal Quignard recordaba que “las oídos no tienen párpados”. En su ensayo “El odio a la música”, explica que el silencio es hoy un lujo moderno. Vivimos saturados de sonidos, y lo que antes era un placer excepcional se ha vuelto una invasión constante. En la Plaza Mayor, como en tantas plazas del mundo, la convivencia se ve erosionada por esa saturación sonora.

  

Orestes perseguido por las furias. Adolphe Bouguereau - 1862


Durante siglos, el mundo vivió rodeado de silencio musical. La repetición era un privilegio reservado a la élite. Hoy, en cambio, el ruido es la norma: motores, pantallas, altavoces, terrazas. La música ya no acompaña, sino que se impone.

No se trata de censurar la música callejera, sino de aplicar las reglas de convivencia. En la Plaza Mayor -y alrededores- están prohibidas expresamente las actuaciones sonoras (salvo excepciones), pero la norma rara vez se cumple. Tampoco hay razones económicas: ningún estudio ha demostrado que la música en terrazas aumente el consumo; al contrario, suele ahuyentar a los visitantes.

La contaminación acústica no es una cuestión estética: es un problema de salud pública. La Organización Mundial de la Salud la considera el segundo factor ambiental más dañino después de la contaminación del aire. En España, más de la mitad de la población vive expuesta a niveles de ruido por encima de los límites recomendados. En nuestro entorno, el 93 % de los puntos de medición reciente incumplen con los objetivos de calidad acústica de la ZPAE-Centro

El ruido afecta al sueño, a la concentración y al bienestar general. Reduce la productividad y aumenta los riesgos cardiovasculares. Según los expertos se estima que para España el coste de salud, traducido en absentismo, pérdida de productividad o atención sanitaria ascendería a unos 14 mil millones de euros. La ecuación es clara: proteger el descanso de los ciudadanos no solo mejora la salud, también es rentable.

Las leyes existen: desde las directrices de la OMS hasta las ordenanzas municipales. El reto está en su aplicación. La policía interviene, los músicos se marchan... y vuelven minutos después. Sería necesaria una aplicación real de las sanciones, una vigilancia constante y, sobre todo, una educación ambiental que rompa la tolerancia social hacia el ruido.

Proteger el silencio y el descanso no es un capricho elitista, sino un derecho básico. La música, cuando se impone, deja de ser arte y se convierte en ruido. En la Plaza Mayor, ese ruido amenaza con apagar lo más valioso que aún puede ofrecer una ciudad: la posibilidad de escucharse.

 

Olivier Sterckx, socio

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